James Meredith y la lucha que cambió a Estados Unidos
Del coraje individual a la revolución social
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Con la Navidad a la vuelta de la esquina, quiero compartir una historia con “final feliz” que marcó un momento crucial en la educación en Estados Unidos.
James Meredith regresó a su Misisipi natal tras servir durante nueve años en las Fuerzas Aéreas, con una misión clara: quería estudiar en la universidad. No era una aspiración fuera de lo común, o al menos no debería haberlo sido, pero la realidad del sur de Estados Unidos en 1961 era distinta. Meredith era negro, y su decisión desató una batalla política, social y militar que sacudió los cimientos del racismo institucionalizado en el país. Para comprender la magnitud de lo que sucedió, es necesario sumergirse en la historia de un sistema diseñado para mantener a los afroamericanos al margen.
Misisipi era, en ese momento, un bastión de las viejas costumbres del sur. Aunque la esclavitud había sido abolida oficialmente casi un siglo antes, las élites blancas habían encontrado maneras ingeniosas y despiadadas de perpetuar la explotación. Impuestos al voto, pruebas de alfabetización y escuelas segregadas eran solo algunas de las herramientas que mantenían a la población negra empobrecida, sin acceso a la educación ni al poder político.
A pesar de que en 1954 el caso Brown vs. Board of Education había declarado inconstitucional la segregación en las escuelas, en la práctica, la integración avanzaba con la lentitud de una piedra cuesta arriba. En Little Rock, Arkansas, tres años después, nueve estudiantes negros necesitaron el respaldo de la Guardia Nacional para ingresar a una escuela secundaria. Misisipi, como el vecino que mira con desdén al otro lado de la verja, estaba decidido a que eso no sucediera en su territorio.
James Meredith había servido nueve años en las Fuerzas Aéreas. Era un hombre de disciplina, convicciones y, según sus propias palabras, un profundo patriotismo. Había aprendido a valorar sus derechos como ciudadano y no estaba dispuesto a ser tratado como alguien de segunda clase. En 1961 decidió solicitar su ingreso en la Universidad de Misisipi, conocida como Ole Miss. La institución aceptó su solicitud, pero al descubrir que era negro, revocaron inmediatamente su admisión. Meredith no se quedó de brazos cruzados. Demandó a la universidad, y su caso llegó hasta el Tribunal Supremo, que falló a su favor.
La respuesta de Misisipi fue una mezcla de histeria y desafío. El gobernador Ross Barnett, que parecía haber nacido para representar lo peor del racismo institucional, utilizó todos los recursos legales y extralegales a su alcance para bloquear el ingreso de Meredith. Propuso una ley que prohibía estudiar en la universidad a cualquier persona con antecedentes penales, y acusó a Meredith de haber cometido el "delito" de registrarse como votante. Mientras tanto, organizó una campaña de agitación pública que rápidamente escaló en violencia.
El presidente Kennedy, con un temple que sería puesto a prueba durante toda su administración, intervino con un discurso televisado que recordaba los principios fundamentales del país. “Predicamos la libertad en todo el mundo”, dijo, “pero no podemos llamar a esta tierra un lugar de libertad si seguimos tratando a los negros como ciudadanos de segunda clase”. Pero el sur de EEUU no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.
Cuando Meredith intentó ingresar a Ole Miss el 30 de septiembre de 1962, Misisipi estalló. Las calles se llenaron de manifestantes armados con piedras, cócteles molotov y rifles. Los disturbios dejaron un saldo de dos muertos y más de doscientos heridos. Fue necesaria la intervención de 20.000 soldados y 11.000 miembros de la Guardia Nacional para restaurar el orden. Bajo este despliegue militar, James Meredith entró a clase. Caminó por los pasillos en medio de un silencio hostil, con miradas cargadas de odio siguiéndolo en cada paso.
El acoso fue constante, pero Meredith no cedió. En agosto de 1963 se convirtió en el primer afroamericano en graduarse de la Universidad de Misisipi con un título en Ciencias Políticas. Su logro no fue solo un símbolo; fue un precedente que dejó claro que la segregación no podía sostenerse indefinidamente.
Meredith no dejó de desafiar al sistema. En 1966 lideró la “Marcha contra el Miedo” para registrar a votantes negros en el sur. Durante la marcha, fue tiroteado por un francotirador, y una fotografía que capturó el momento ganó el premio Pulitzer. Pero el ataque no logró detenerlo. Recuperado de sus heridas, volvió a unirse a la marcha, y más de 4.000 afroamericanos se registraron para votar como resultado directo de su esfuerzo.

El legado de James Meredith no está exento de paradojas. Se convirtió en simpatizante del Partido Republicano, argumentando que la igualdad debía basarse en mérito y no en paternalismos. Su rechazo a políticas como las cuotas raciales generó polémica, pero también subrayó su creencia en la necesidad de eliminar barreras, no en bajar estándares. Décadas después, su hijo John se graduó en Ole Miss siendo el mejor de su promoción, un logro que su padre consideró la culminación de su lucha.
La historia de James Meredith es un recordatorio de que el cambio real no llega sin resistencia. Su coraje desafió no solo un sistema profundamente injusto, sino también las expectativas de lo que una sola persona podía lograr. Cada paso que dio fue una batalla, y cada victoria, un símbolo de que la libertad no se concede, se conquista.
Y es que como dijo Thurgood Marshall, el primer juez afroamericano del Tribunal Supremo de Estados Unidos: «El sistema legal puede forzar puertas e incluso derribar muros, pero no puede construir puentes. Eso depende de ti y de mí».
EL RINCON DE WINSTON
“Cuando eres negro, es muy difícil decir que no. Si te niegas, te dicen: ‘Tío, ya no eres de los nuestros, te crees mejor que nosotros’. Pero llegué al límite el día que uno de ellos me pidió dinero por cuarta vez para el funeral de su abuela. No pude evitar decirle: ‘¿Pero cuántas abuelas tienes?’”.
Charles Barkley
En 1936, Jesse Owens viajó a Berlín para competir en los Juegos Olímpicos bajo la sombra del régimen nazi, que buscaba utilizar el evento como una plataforma para demostrar la supuesta superioridad de la raza aria. Contra todo pronóstico, Owens, un atleta afroamericano, no solo desafió esa narrativa, sino que la destrozó al ganar cuatro medallas de oro, convirtiéndose en una leyenda del atletismo.
Lo irónico, y profundamente revelador, es que Owens comentó años después que durante su estancia en Alemania fue tratado con más respeto que en su propio país. En Berlín no existían las leyes de segregación racial que lo habían perseguido toda su vida en Estados Unidos. Allí, no tuvo que enfrentarse a carteles que decían "solo blancos" ni a la discriminación abierta que era parte de su cotidianidad. Podía alojarse en los mismos hoteles, comer en los mismos restaurantes y desplazarse en los mismos autobuses que los blancos.
"Cuando volví a casa, no pude sentarme en la parte delantera del autobús. Tuve que entrar por la puerta trasera de mi propia casa", lamentó Owens al recordar la bienvenida que recibió en Estados Unidos tras sus hazañas. A pesar de su éxito, en su país natal seguía siendo un ciudadano de segunda clase.
La contradicción era evidente: mientras derrotaba en la pista la ideología de la supremacía racial nazi, volvía a un país que practicaba su propia forma de segregación y racismo institucionalizado. Owens no fue invitado a la Casa Blanca ni recibió un reconocimiento oficial por su logro. En palabras del propio atleta, "Hitler no me desairó, al menos me saludó desde la distancia. Pero no recibí ni un apretón de manos de mi propio presidente".
Esta amarga experiencia subraya el profundo contraste entre la narrativa de libertad e igualdad que Estados Unidos promovía al exterior y la realidad de discriminación racial que persistía dentro de sus fronteras.
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Gracias x compartir. Quiero pensar q hemos evolucionado...
Que buena historia, por favor seguir con mucho mas